Dan Levy pasea su termómetro de eficiencia por todo el mundo. En Estados Unidos, Europa o África, este experto en gestión de recursos sondea si los programas que los gobiernos ejecutan con el dinero de los ciudadanos son eficaces o pueden ser mejorados. Evalúa, por ejemplo, si el euro que da un europeo para que se construya una escuela en África repercute en una mejor educación para estos niños que nunca han tenido un libro entre sus manos. Ha estado en España invitando por el IESE.
Pregunta: Ha visitado proyectos de escuela financiadas con dinero de EEUU en Burkina Faso y Niger. ¿Qué diferencia hay a la hora de evaluar la eficacia de los programas publico en un país rico y uno pobre?
Respuesta: Lo que ocurre con el mundo en desarrollo es que hay muchas ideas que pensamos que allí van a funcionar y luego no dan el resultado esperado. En los países ricos se evalúa la introducción de nuevas tecnologías o de mejores incentivos a los profesores mientras que en los estados en desarrollo te limitas a comprobar si de verdad existen las escuelas para cuya construcción se destinó el dinero y si atraen a los niños. En Occidente existe una infraestructura que, sin embargo, no encuentras en otros lugares.
P.– ¿Dónde es más difícil evaluar si estos proyectos elaborados con dinero público son eficaces?
R.– Los obstáculos son muy distintos. En África, por ejemplo, intentamos averiguar si los niños acudían de verdad a las escuelas financiadas con dinero americano. Que existan no significa que luego los menores puedan acceder a ellas. Para saberlo, prenguntábamos a los padres a qué distancia estaba el colegio de sus casas, pero no sabían contestamos, por que no tiene sentido de la distancia. Reformulamos el cuestionario y preguntamos cuánto tardaba el niño en llegar al aula. Tampoco sabían responder porque no tiene reloj y el valor del tiempo allí es distinto. Como último recurso, intentamos medir nosotros mismos el recorrido con sistemas de GPS, pero tampoco dio resultado porque nos faltaba la serial burocracia. Otro es que cuando se pone en marcha un programa, los que lo han diseñado no se cuestionan si funciona o no y por ello no creen necesario hacer una evaluación. Este es el principal obstáculo: la falta de voluntad.
P.– ¿Tenemos más resistencias a ser evaluados?
R.– Al ser humano, por propia naturaleza, no le gusta ser cuestionado. A veces en España o en Estados Unidos el programa no funciona y debería modificarse pero no se hace. A veces las personas que han creado estos programas públicos están más interesadas en vender su proyector que en esforzarse para que éste pueda ayudar a los ciudadanos.